4.4.11

El Ávila iría bien a la altura de Belgrano

En mi cuarta semana en Buenos Aires he entablado conversación, propiamente dicha, larga y tendida, con cuatro argentinos. Ni uno más. Mi intuición era correcta cuando bromeaba en Caracas diciendo que seguramente iba a terminar, como casi todos los expatriados, en una especie de ghetto venezolano.

Si hay algo que considero sin sentido y contraproducente es justamente eso de moverte físicamente pero permanecer espiritualmete, si acaso es el término que cabe. En el post anterior les hablaba de los gringos que abarrotan los bares de Palermo bebiendo el mismo trago que se toman en casa y conociendo a otros gringos como ellos, porque no atinan media palabra en español, o ni siquiera hacen el intento. Me parece terriblemente deprimente. Si ya le diste pata para llegar al otro lado del mundo, hazle honor a tu viaje y mézclate entre los locales, come y bebe lo local, aprende de lo que te rodea y no te busques el único bar lleno de polacos como tú, a los que te podrías encontrar al doblar la esquina de tu casa. Vamos, que ya la globalización nos jode bastante la vida como para dejarla ganar hasta en eso.

Pues bien, igual de terrible que el irlandés que se mete el pub McGinhey, es el venezolano que llega a Munich y se busca la única arepera que hay en toda Alemania, o empieza a gastar 20 euros por un paquete de harina PAN semanal porque no se acostumbra a desayunar salchichas. "Es que lo mio es el queso guayanés, marico".

Siempre he dicho esto mismo cuando toca hablar del tema, incluso antes de saber lo que era vivir afuera (no nos caigamos a cuentos, todavía no sé lo que es vivir afuera porque no tengo ni un mes de haber llegado). Pero mi bocota y mi supuesta autosuficiencia no me dejaron ver antes un pequeño detalle en toda esta situación del expatriado llorón, y es que lo natural es acercarse a otros venezolanos cuando la comunidad es enorme y siempre hay un conocido de conocido, más si vives sólo y no tienes roomates para entablar nuevas relaciones, más si el posgrado da clases dos días a la semana y en 4 clases que llevo hasta ahora sólo he conversado con un colombiano y una argentina, durante los 15 minutos del break.

En fin, que sólo he salido con venezolanos y sólo he hablado de Venezuela, la que acabo de dejar, la que era hace un año cuando se vino aquella, o hace tres cuando se vino aquel. En otro giro de la charla hablamos de las diferencias entre argentinos y venezolanos, que no son tantas pero nos encanta categorizar hasta lo más mínimo, y en último caso, vamos a las típicas explicaciones de la jerga local, para evitar que un nuevo como yo llegue al cine y deje en el sitio al chico de los dulces pidiéndole unas cotufas acarameladas. Se dice pochoclos dulces, pelotuda.

No quiero que nadie me malinterprete, porque he conocido gente genial hasta ahora, y me encanta comprobar que la solidaridad de mis compatriotas no se queda en canciones de Carlos Baute. Los panas están ahí cuando uno pega un grito, y eso es decir que jode estando donde estamos. Además siempre hace falta alguien que traduzca al caraqueño los nombres de los vegetales y los cortes de carne, alguien que te deje claro que tal barrio es Cotiza, "pa allá ni si te ocurra, marica", y que en la embajada hay que hablar con fulana "porque la otra no tiene idea de nada".

Lo que sí es que desde ya debo comenzar las estrategias para ampliar mi radio de acción social y -literalmente- ampliar las fronteras. Bienvenidos argentinos, colombianos, chilenos, uruguayos, brasileños y demás que se encuentre en Capital Federal (todavía no sé tomar el tren).
Si alguno lee, en los comentarios se oyen invitaciones.

Mi mami dice que es bueno el culantro, pero no tanto, así que cumplida la cuota de caraqueños que extrañan el Ávila como yo, y que añoran una mayonesa blanca o una margarina mavesa, vengan los del resto del mundo a enseñarme groserías de otras latitudes.

Sabemos que esa siempre es la primera conversación entre extranjeros, no se hagan los locos.



1.4.11

De vuelta, en el culo del mundo

Para @Thedannyboy13, que no ha dejado de pedirme que escriba
y no sabe lo mucho que significa eso

Buenos Aires.
De este texto no tengo nada claro aún, salvo que tiene que empezar de esta forma, con esas dos palabras que en realidad son una.
Buenos Aires, la de los porteños -guapos e histéricos-, la de Cortázar, la de Mafalda, la de Evita, la de los miles de venezolanos entre 20 y 35 años, la que ahora es mía porque quise yo. Esa será siempre la gran diferencia de nuestro romance, porque Caracas fue mía porque quiso ella, o el destino cuando me mandó a nacer en sus calles.

Las películas y los libros nos enseñan siempre a luchar por nuestros sueños, a trabajar duro por ellos, para abrazarlos al final de la historia y poder sonreír en el último cuadro justo antes de que se lea "Fin". La cosa es que nadie nos cuenta que pasa después, cuando se apagan las luces en el cine apenas está comenzado la historia de la heroína o el galán, pero nosotros nos vamos a casa contentos por saber que logró lo que quería. Casarse o salvar al mundo, da lo mismo. Ahora yo estoy justo en ese punto, me bajé de un avión a 9mil km de mi casa, le sonreí al amanecer que me recibió en este puerto y ahí, justo ahí, donde hubiera terminado la película que narraba mis luchas y esfuerzos por cumplir mi sueño de venir a vivir en este lado del mundo, fue que en realidad empezó todo.

Pasé los últimos 2 años -quizá un poco más - pensando en Buenos Aires, leyendo a Buenos Aires, viendo a Buenos Aires - en mapas, en fotos, en films-, oyendo a Buenos Aires. Coño, que tenía un mapa pegado a la pared de mi cuarto y un libro sobre la argentinidad. Ahora tengo más de 2 semanas viviéndola, y siento que aún no tengo nada claro.

Creo que nadie me dijo qué se hace cuando cumples tu sueño. ¿A donde voy? ¿Me busco otro sueño ahora? ¿Debería sentirme realizada, verdad? Y lo estoy, ¿pero qué hago con este hueco en el pecho cuando pienso en alguien que dejé lejos?
¿Por qué no recuerdo cómo hice para vivir esto mismo hace casi 10 años? ¿No se suponía que el bloqueo de escritor terminaría por arte de magia cuando pudiera sentarme en una plaza porteña a escribir? ¿Soy feliz? Sí ¿Pero me sigue faltando algo? Así parece ¿Sé qué es? No, y lo peor es que tampoco sé por donde empezar a buscarlo.

Hace un par de días, finalmente, encontré a Buenos Aires. Yo ya sabía que no estaba en el Obelisco, rodeado de japoneses con cámaras, ni en Puerto Madero, con su puente incoherente y pertubador, muchísimo menos en Plaza Cortázar, ese no lugar tristísimo, donde centenares de nórdicos van a engañarse con una ilusión de viajero, bebiendo la misma cerveza que en casa, hablando en el mismo idioma, y perdiendo la conciencia con la misma falta de gracia.

La verdad es que Buenos Aires me encontró a mi, sentada en un portal fumando un cigarrillo. Se acercó caminando, con la forma de dos hombres viejos y simpáticos que arrastraban los pies. Nadie nos presentó, como debe ser, y ellos sólos decidieron contarme sobre este puerto y lo que tiene para ofrecer. Me pidieron que evitara ciertos lugares y me recomendaron con insistencia otras esquinas que no aparecen en ninguna guía turística. Me hablaron de la Caracas que conocieron hace 40 años, y si no fuera porque mi partida de nacimiento me lo confirma, juraría que me hablaban de un lugar distinto al que conozco.

Varias cosas me impresionaron durante las dos horas de conversa. Primero, su convicción de que los porteños son lo que son por lo que comen, el bife de chorizo los hace fuertes e inteligentes pero los mata de cáncer, según ellos. Luego, esa pasión que todavía pueden demostrar - con más de 80 años - para mirar sin vergüenza a todas y cada una de las mujeres que pasaron frente a nosotros.

Finalmente, lo que más disfruté fue presenciar su amistad, confirmar lo que ya sabía, que se puede amar a un amigo luego de 40 años, que esa complicidad que se lee en la mirada de dos cuando han compartido todo no se borra con el pasar de los años. Estos dos seres no tuvieron que decir que son amigos desde hace mil años y para siempre, que dejaron de ser amigos hace mucho para convertirse en hermanos, pero lo supimos, lo escuchamos en sus carcajadas, en las frases de uno que terminaba el otro, y eso me dio la paz que necesitaba en ese preciso momento. Pude imaginarme en 40 años, interpelando a un grupo de jovencitos en un acera, con alguno de mis amigos que estará tan arrugado como yo, segura de que somo capaces de construir el amor de muchas formas, sólo basta que dos personas quieran.

El más divertido de los dos me habló del sino, me explicó en su fuerte acento porteño que es una expresión para explicar lo inevitable. "Es eso que tiene que suceder, sin importar lo que hagas, si lo buscas o si lo evitas, ocurrirá porque tiene que ocurrir, eso es el sino". Le entendí, y sonreí.

Desde ahora quiero pensar que venir a Buenos Aires fue un sino. Es una idea tan romántica que suena a literatura. Precisamente lo que necesito.
¿Quien diría que un par de octogenarios desconocidos me darían respuestas? Mirá vos.



Con este texto pretendo arrancar un nuevo ciclo del blog,
pronto vendrán cambios de forma.